Educar para la vida
Apuntes para un ajedrez educativo. Parte 3
Vamos a tomar para nuestra reflexión el trabajo del Profesor y Lic. En Filosofía Gustavo Schujman, autor del apartado «Cultura, diálogo y ciudadanía en la escuela y en los espacios socio educativos», publicado en el tomo II del libro, «Problemas, estrategias y discursos sobre las políticas Socioeducativas», del año 2015 . A la pregunta, ¿para qué educamos?, la que define como central, en cuanto apunta al sentido de lo que hacemos en nuestros espacios de trabajo, nos propone sin desconocer las definiciones curriculares establecidas en la materia, la siguiente respuesta: » educamos para ayudar a que los niños y niñas alcancen la mayoría de edad», entendiendo por tal cosa, la idea kantiana, que es la posibilidad que tienen los seres humanos de pensar por si mismos.
Este pensar se funda en decir la propia palabra y no en repetir la que dicen otros. La repetición que nos lleva a pensar lo que se piensa, hacer lo que se hace, desear lo que se desea, es en definitiva la disolución del «yo» en el «se», origen de una vida inauténtica, en donde el sujeto no se constituye como tal y no alcanza esa mayoría de edad pregonada por E. Kant
Esta respuesta me dio pie a pensar cuanto puede hacer el ajedrez, como práctica social y plataforma de estudio para ayudar a alcanzar esa mayoría de edad. Ya E. Lasker, ilustre ajedrecista, filósofo y matemático, decía que la educación del ajedrez, es la educación de pensar por si mismo.
Esta idea la desarrolla Schujman a través de una serie de términos relacionados y concomitantes, tales como: pensar, decir, hacer, sentir, dialogar, reconocer, participar, etc., de tal modo que cada uno de estos términos nos aproxima a la posibilidad de formar personas capaces de hacerse cargo de lo que hacen, piensan y dicen, Una ética que implica constituirse como autores responsables de la propia vida pero, sin dejar de tener en cuenta una dimensión de compromiso con los otros.
Desde el ajedrez:
En una ocasión a Najdorf le tocó enfrentarse a un rival mucho más experto: ¿»Sabe mucho más que yo, como debo jugarle»?, preguntó a su maestro, V. Tartakower; Respetándolo, mi querido Mikel…Ya que Ud. Juega con blancas trate de mantener el equilibrio hasta que él cometa algún desliz y le dé una oportunidad. No se le ocurra hacer alguna locura creyéndose más talentoso, porque se invertirán los papeles…
Logró tablas, pero este tipo de consejo le resultaba difícil de seguir. ya que era un jugador con un estilo más frontal que su maestro (se decía: ‘Perderé, pero aprenderé’.)
Esta pequeña semblanza nos permite destacar las posibilidades que tiene el ajedrez para educarnos en la propia búsqueda y no conformarnos a repetir lo que se dice o hace. Por supuesto que no se trata de rechazar todo lo que circula en el contexto y ser originales a ultranza ya que siempre se construye con lo previamente acumulado, sino de pensar y hacer una propia traducción de eso que nos es dado. Nos dice G. Schujman que ante esto «la escuela debe reponer aquello que no está dado en otro lugar, debe reponer procesos, debe reponer historia», reponer la propia expresión y ayudar a pensar por si mismo.
Una partida de ajedrez puede ser vista como un lenguaje que expresa la subjetividad de los jugadores, que manifiestan sus ideas y búsquedas en el desarrollo del juego a través del movimiento de las piezas, especie de lenguaje simbólico sujeto a interpretación. Recordemos que Interpretar, es ir más allá del objeto presente y ver en él, las cualidades que no son visibles a simple vista, cuestiones que están ocultas y que nuestro entendimiento devela. Es ir un paso más allá de lo que el objeto muestra. De hecho, el relato o el comentario de una partida de ajedrez son interpretaciones que traen a nuestra realidad un acontecimiento que ya se extinguió, que pertenece temporalmente al pasado, pero que al hacerlo la pautan y la significan de una determinada manera y le otorgan un sentido sujeto a nuevas revisiones. Si en nuestros espacios socio educativos queremos que nuestros alumnos digan y no repitan, que es una manera de ser «decidos» por otros, deberíamos utilizar este instrumento de la interpretación y el debate para crear espacios de diálogo, entendido en su acepción etimológica, «como camino a través de razones». Dejar hablar es habilitar el decir, en donde se manifiesta, no solo lo que se pensaba antes de hablar sino también el pensamiento que se va construyendo a partir de lo que se está diciendo. Esto es importante, porque muchas veces no se sabe de antemano lo que se piensa y ese pensamiento se va actualizando en el decir.
Que nuestros alumnos no tengan un conocimiento cabal del objeto de debate, por ejemplo, la teoría de la apertura que se juega, no impide el dialogo, porque el mismo se funda en la falibilidad, es decir en la incompletud de nuestros conocimientos. Hay algo que se desconoce y se quiere alcanzar, pues si no hay duda no hay dialogo, sino imposición. Si en el decir esta la posibilidad del pensar, nuestros espacios de aprendizaje ajedrecístico deberían considerarse una comunidad de sujetos falibles que hablan, dicen, interpretan y cuestionan, más allá del mayor o menor conocimiento que individualmente cada uno tenga.